Yo soy la luz del mundo. (Jn. 8:12)
En la misma fiesta de los tabernáculos en Jerusalén,
donde nuestro Salvador se presentó a sí mismo como
el agua de vida, invitando a los hombres a venir a él y
beber; donde se proclamó como el Hijo que haría
a los hombres verdaderamente libres; allí también
se presentó como la luz del mundo. "Otra vez Jesús
les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me
sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida" (Jn. 8:12). ¡Osada declaración,
sin duda! No es extraño que la gente quedara asombrada
de su doctrina y confesaran que él no hablaba como los
escribas y fariseos, sino con autoridad. Una persona muy atrevida
podrá decir, a lo sumo, que es capaz de traer alguna luz
en la oscuridad de este mundo, o que puede indicar dónde
está la luz. Pero el Señor no dice que puede dar
alguna luz, o que puede instruir a la gente para que se ilumine
a sí misma, sino que él ES la luz. Y no proclama
que él sea "una" luz entre otras, sino que él
es LA luz, la única luz, fuera de la cual sólo hay
tinieblas. Insistió, además, que no era la luz solamente
para algunos departamentos o esferas de la vida, sino la luz del
mundo en su totalidad. Y promete incondicionalmente a los que
le sigan que no andarán en tinieblas, mas tendrán
la luz de la vida. Es claro, pues, que cualquiera que pudiese
venir a Jesús, tendría que llegar a él y
seguirle como la luz del mundo. Así que la voluntad para
venir al Salvador está motivada por el fuerte deseo y anhelo
de venir a la luz.
La Escritura habla a menudo de Cristo como la luz. En Juan 1:49,
leemos: "En él estaba la vida, y la vida era la luz
de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas
no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios,
el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese
testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él.
No era él la luz, sino para que diese testimonio de la
luz. Aquella luz verdadera que alumbra a todo hombre venía
a este mundo". Y en Juan 3:1921, se dice: "Y esta
es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres
amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran
malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no
viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el
que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto
que sus obras son hechas en Dios". Y otra vez: "Yo,
la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí
no permanezca en tinieblas" (Jn. 12:46).
Varios elementos llaman nuestra atención en esos pasajes.
Primero, es evidente que enseñan que el mundo está
en tinieblas, con independencia del significado que pueda tener
esa palabra figurativa. Segundo, insisten en que Cristo es la
única luz capaz de disipar esas tinieblas del mundo. En
tercer lugar, representan a los hombres en sí mismos amando
más las tinieblas que la luz, por lo cual no quieren venir
a Cristo como la luz. Cuarto, este mismo hecho, el que la luz
haya venido al mundo y los hombres amen más las tinieblas
que esa luz, es su condenación, quedando expuestos y juzgados
por la luz como amadores de las tinieblas. Y, finalmente, nos
enseñan que sólo los hacedores de la verdad vienen
a la luz.
Tenemos, por lo tanto, que intentar comprender lo que implica
la "luz" como figura bíblica y "tinieblas"
como su antítesis. Pues entendemos que cuando el Señor
se anuncia como la luz del mundo, está usando un lenguaje
figurado. Una figura bella y rica, sin duda. En la naturaleza
la luz física, que Dios trajo a la existencia el primer
día de la creación, es sin duda la condición
indispensable para la existencia, el movimiento y la vida de todo
lo que vino después. La luz es movimiento, vibración,
calor, comunión, revelación, y vida en sí
misma. Cuando en la Escritura se usa en sentido espiritual, tiene
un significado muy rico. Denota perfección ética,
espiritual y vida. Que esto es así lo demuestran los pasajes
donde la figura es empleada, al igual que por el uso de las "tinieblas"
como figura opuesta. Cuando el apóstol Juan escribe que
"Dios es luz, y no hay tinieblas en él", no expresa
simplemente que en Dios hay conocimiento; y que se conoce a sí
propio con un conocimiento perfecto e infinito, sin quedar nada
suyo oculto, sino que nos está diciendo que Dios es la
presuposición necesaria de todas las perfecciones. Es bondad
infinita, y no hay mal en él. Es Santo, y no puede tener
corrupción en absoluto. Es rectitud, justicia, verdad,
sabiduría, conocimiento, amor y vida. Y en la perfección
de esta luz, el Dios Trino vive una vida perfecta de amistad y
comunión, del Padre, por el Hijo, en el Espíritu
Santo. La luz, pues, denota todas las perfecciones éticas
de la bondad, la santidad, la justicia, la sabiduría y
el conocimiento; mientras que las tinieblas implican precisamente
lo opuesto: corrupción, impureza, iniquidad, mal, injusticia,
mentira, pecado y muerte. "Si decimos que tenemos comunión
con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos
la verdad; pero si andamos en luz, como él está
en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (lª Jn.
1:6,7). La luz es la verdad, las tinieblas son la mentira; la
una es amor de Dios, la otra es enemistad contra él; la
luz es rectitud, pureza, santidad y consagración a Dios;
las tinieblas son corrupción, profanación y rebeldía;
una es sabiduría, la otra necedad; la luz es vida en comunión
con Dios, las tinieblas son la muerte, la desolación del
ser que está abandonado en la ira de Dios.
Cuando nuestro Señor se anuncia como la luz del mundo,
es evidente que está hablando del mundo de los hombres,
de la raza humana en su totalidad. Y está claro que define
a este mundo como estando en tinieblas fuera de él. Lo
cual queda confirmado por otros muchos pasajes de la Escritura.
El apóstol Pablo escribe que nosotros en otro tiempo éramos
tinieblas, pero ahora somos luz en el Señor (Ef. 5:8);
también habla de los "gobernadores de las tinieblas
de este mundo" (Ef. 6:12). Los que han sido trasladados al
reino del Hijo de Dios, han sido liberados del poder de las tinieblas
(Col. 1:13); y han sido llamados de las tinieblas a su luz admirable
(lª P. 2:9).
Es cierto que esto no supone una evaluación muy elogiosa
del mundo y de lo que son los hombres por naturaleza. Y los que
proclamen de una forma consistente esta verdad, deben esperar
mucha oposición. Mirándolo superficialmente podría
parecer, incluso, un juicio demasiado riguroso y radical afirmar
que el mundo en su totalidad está en tinieblas. ¿Dónde
se dejan sus civilizaciones, sus inventos y progresos, su ciencia,
su filosofía, su cultura y su arte? ¿Lo condenaremos
todo como tinieblas? ¿Cómo explicar las grandes obras
del hombre, si todo está bajo el dominio de las tinieblas,
la mentira y la corrupción? ¿No existe en este mundo
suficiente rectitud y justicia, amor y caridad, nobleza y autosacrificio,
verdad y honor? Aun cuando se esté de acuerdo en que algo
anda mal, y que hay bastante corrupción y tinieblas entre
los hombres, ¿no es un juicio demasiado duro y radical decir
que los hombres sólo son tinieblas, y que, aparte de Cristo,
no hay luz en absoluto? ¿No es eso un juicio demasiado severo
sobre nuestro mundo moderno?
Sin embargo, tal es exactamente el veredicto de la Escritura.
Y, a menos que lo aceptemos, nunca iremos al Cristo de la Biblia.
Tenemos que intentar comprender esta verdad. Dios creó
al hombre en la luz y lo revistió con muchos dones excelentes.
Recibió la luz de la visión de los ojos para que
pudiera percibir el mundo a su alrededor. Se le dio la luz del
entendimiento para poder comprenderse y conocerse a sí
mismo como la obra de Dios. Fue creado con la luz espiritual del
amor de Dios para que pudiera conocerle correctamente, consagrarse
con todo su ser, caminar delante de él en justicia, y vivir
en la comunión de la amistad con su Creador: el siempre
bendito Dios. Tenía la luz de la vida; creado a imagen
de Dios. Sirviéndole, caminaba en la luz. Pero él
mismo se precipitó en las tinieblas. En desobediencia voluntaria,
rechazó la Palabra de Dios y aceptó y siguió
la mentira del diablo. Por lo cual se convirtió en culpable,
digno de muerte, y objeto de la ira de Dios. Al haberse separado
de la comunión con Dios, su entendimiento se convirtió
en tinieblas, y así amó la mentira; su voluntad
se pervirtió; ahora el hombre es rebelde y con el corazón
endurecido, corrupto y depravado en todos sus deseos. Esas son
sus tinieblas. Se extinguió la luz de la imagen de Dios,
y en su lugar toda su naturaleza se desarrolló en las tinieblas
de la ignorancia y la necedad, la injusticia y la falta de santidad.
Su amor a Dios se tornó en enemistad. Y convertido así
en tinieblas, en ellas caminó para siempre.
Es verdad que en el hombre aún queda el remanente de la
luz natural; todavía es una criatura moral y racional.
Por esta luz se llevan a cabo esas grandes obras de cultura y
civilización que realiza el hombre natural. En esa luz
también conoce que hay Dios y que se le debe adorar, glorificar
y servir. Por ella discierne la diferencia entre el bien y el
mal, y comprende que la ley de Dios es buena para él y
que violarla significa perdición y muerte. De ahí
que trate de adaptar externamente su vida a esa ley, y hable de
rectitud y justicia, de verdad y honestidad. Pero, aun así,
ama las tinieblas y en ellas camina. "Pues habiendo conocido
a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias,
sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón
fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios,
y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen
de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles"
(Ro. 1:2123). "Todos están bajo pecado. Como
está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda,
no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron
inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera
uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan.
Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está
llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran
para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos;
y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de
sus ojos" (Ro. 3: 918). Eso es el hombre ahora; y esto
es verdad de cada uno en particular. Verdad que se hace patente
en nuestro mundo moderno de muerte y destrucción, de aborrecimiento
y codicia, de adulterio y concupiscencia. En lo que respecta al
hombre, esta situación no tiene salida en absoluto. Ni
la educación y las reformas, ni la cultura y la civilización,
ni la filosofía o la ciencia, pueden sacar de las tinieblas
al hombre. Todas estas cosas se mueven precisamente dentro de
la esfera de las tinieblas y están al servicio del pecado
y la corrupción. Su fin inevitable es la muerte y desolación
eternas.
Cristo es la luz capaz de vencer y disipar las tinieblas. El es
la luz del mundo, no porque sea el más grande reformador,
educador, moralista, creador de carácter, científico
o filósofo que jamas haya existido; ni porque hiciera más
que ningún otro por salvar nuestra civilización;
ni porque fuera un gran genio religioso con la más profunda
consciencia de Dios. Todas estas modernas distorsiones de Cristo
lo que hacen es ponerlo al nivel de nuestras tinieblas. Pero él
es de arriba. Es el Hijo de Dios, coeterno con el Padre y el Espíritu
Santo, Dios de Dios, Luz de Luz, que vino en carne, Enmanuel,
Dios con nosotros. Él tiene luz en sí mismo, y como
tal entró en nuestro mundo de tinieblas, penetrando aun
en sus partes más profundas. Porque él tomó
nuestros pecados sobre sí y sufrió en nuestro lugar
la ira de Dios; y con la carga de nuestros pecados sobre sus poderosos
hombros, descendió a la oscura morada de la muerte y el
infierno, y en la perfecta obediencia de amor, ofreció
el sacrificio que logró la justicia eterna para nosotros.
Y así rompió las tinieblas de la muerte en la luz
de su gloriosa resurrección. Y, como la luz del mundo,
ascendió a lo alto, y recibió la promesa del Espíritu
para, por él, disipar las tinieblas del pecado y de la
muerte, y traer la luz del glorioso evangelio de Dios, la luz
de la justicia y la vida, de la esperanza y el gozo eterno, a
brillar en nuestros corazones. De este modo se cumplió
lo profetizado en días antiguos: "El pueblo asentado
en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región
de sombra de muerte, luz les resplandeció" (Mt. 4:16).
Cuando la luz del mundo brilla en nuestros corazones, entonces
somos librados del poder de las tinieblas, somos llamados de las
tinieblas a la luz admirable de Dios, y se cumple en nosotros
lo que el apóstol escribe en Efesios 5:8: "Porque
en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor".
Ahora el creyente es en esencia una nueva criatura, un hijo de
luz. Las cosas viejas del pecado y de la muerte, de la iniquidad,
la corrupción, la enemistad contra Dios y el aborrecimiento
de unos contra otros, han pasado; he aquí todo es hecho
nuevo. Guiado por la luz, la sigue y camina en ella; se arrepiente
del pecado, anhela la justicia, tiene un nuevo gozo en Dios y
encuentra que en guardar sus preceptos hay gran galardón.
Pelea la buena batalla de la fe, y representa la causa del Hijo
de Dios en este mundo. Echa de sí continuamente al viejo
hombre y se reviste del nuevo, creado según Dios en la
justicia y verdadera santidad. Reflejando la luz del Hijo de Dios,
también él es luz del mundo, y brilla para que los
hombres vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está
en los cielos. ¡Y mira hacia el día perfecto, cuando
sea completamente liberado de todos los restos de tinieblas y
camine en la luz de Dios y del Cordero para siempre!
Todo el que quiera, puede venir a Cristo como la luz del mundo,
puede seguirle, y con toda seguridad experimentará la verdad
de su Palabra: "El que me sigue, no caminará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida".
Pero ¿cómo vendrá a la luz alguien que está en tinieblas? ¿Cómo vendrá a Cristo y le seguirá el pecador que ama más las tinieblas que la luz? Esto es imposible; nunca ocurrirá. Sin embargo, esa es exactamente la distorsión del evangelio que hoy están anunciando muchos. Según ellos, las tinieblas tienen que venir a la luz para ser disipadas. Muchos predicadores exhiben a Cristo, la luz del mundo, delante de los pecadores que están en tinieblas, como si Cristo quisiera iluminarlos con la luz de la vida, con tal, únicamente, que le dejen brillar en sus corazones. Mas si ellos no quieren, entonces la luz del mundo no puede penetrar para disipar sus tinieblas. ¡Han dado la vuelta al evangelio! ¡Están predicando unas tinieblas que son poderosas y prevalecen; y una luz que no sirve para nada!
Pero, gracias a Dios, la luz del mundo no depende para brillar de la condescendencia y buena disposición de las tinieblas. Es una luz soberana. No depende de la voluntad del pecador. Es irresistible. No está sujeta al pordioseo, estrategias, distorsiones y chalanerías de los modernos vendedores de Jesús, sino que envía sus penetrantes rayos allí donde le place. Las tinieblas no vienen a la luz, pero la luz brilla en las tinieblas por el Espíritu de gracia; las descubre y expone, convence de pecado y atrae al pecador a la luz de la vida. Entonces el pecador viene, y sigue; y nunca más vuelve al poder de las tinieblas. La luz continúa por siempre brillando y guiándole, hasta que, finalmente, entra en la ciudad que está iluminada por la gloria de Dios, y cuya luz es el Cordero. ¡Allí verá cara a cara y conocerá como es conocido!