Todos conocemos muchos himnos de invitación. El coro de uno de ellos dice así: (versión libre)
"Todo el que quiera, puede venir.
Todo el que quiera;
Proclamadlo al salir:
El Padre amoroso invita a su casa.
Todo el que quiera, puede venir;
Todo el que quiera"
Podrán adivinar que he elegido el tema general de los siguientes capítulos con este himno en mente. Tengo razones muy concretas y un propósito específico para tratar sobre este asunto.
En primer lugar, ha sido mi experiencia en más de una ocasión que, al predicar la pura verdad de la gracia soberana, la buena noticia de que la salvación es del Señor y en ningún sentido del hombre, hay algunos que, al igual que los muchachos sentados en la plaza de los que habla nuestro Señor, me tocan este himno, pretendiendo que les baile una danza arminiana al son de sus flautas, convencidos de que sus palabras contradicen y echan por tierra la doctrina de que Dios salva soberanamente a quien él quiere, y que la voluntad del hombre no coopera en absoluto en su salvación. Ahora bien, es evidente que yo aborrezco la música arminiana en su totalidad: esa que exalta orgullosa el libre albedrío del pecador; y me es imposible bailar a su son. Por otro lado, es mi deseo sincero prevenir a los creyentes sobre el peligro que supone el error de atribuir la salvación a la decisión de la voluntad del pecador, y, al mismo tiempo, instruirles en la salvación por la gracia soberana de Dios; en tal sentido, creo que puede ser muy educativo y beneficioso tomar el tema de ese himno y exponerlo a la luz de la Escritura.
Hay que advertir que esto no tendría mayor sentido si el tema no fuese bíblico. Mal nos iría si tomásemos las palabras de un himno escrito por los hombres, como base de una discusión y presentación positivas del evangelio. Muchos himnos han servido, y sirven todavía, como un medio para instalar e inculcar falsas doctrinas en el corazón y la mente de los que los cantan. Pero respecto al que nos referimos, puede decirse que sus palabras son tomadas casi literalmente de la Escritura y, por lo tanto, ningún cristiano podrá objetarle nada, siempre que sea bien entendido e interpretado en conexión con el resto de la doctrina de la salvación por gracia. Sus palabras estarán tomadas, en parte, de Apocalipsis 22:17, donde leemos: "Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente". De todas maneras, la misma verdad se expresa de forma repetida y variada en la Escritura. En Isaías 55:13, se declara: "A todos los sedientos: Venid a las aguas; y a los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David". A los que se quejen de que sus pecados los condenarán y, por tanto, no hay esperanza para ellos, el Señor les declara: "Vivo yo, dice Yahvéh el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos;¿por qué moriréis, oh casa de Israel?" (Ez. 33:11). El Señor nos asegura: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá" (Mt. 7:7,8). Su llamamiento es sin distinción: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt. 11:28); "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Jn. 3:16). Y en el gran día de la fiesta de los tabernáculos en Jerusalén, clamó: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba".
Ciertamente, pues, el tema de ese himno es bíblico. Todo el que esté sediento, puede beber; el hambriento, comer; el necesitado puede pedir, y recibirá; todo el que desee salvación puede buscarla, y la encontrará; el que esté trabajado y cargado, puede venir a Jesús para encontrar descanso. Sí, "todo el que quiera, puede venir".
Sin embargo, tengo que rechazar enérgicamente que este himno se cante con el propósito, oculto o manifiesto, de contradecir y echar por tierra la doctrina de la salvación por la sola gracia soberana. Ni las palabras del himno, ni, menos aún, el texto de Apocalipsis 22:17, ni ninguno de los otros pasajes citados, pueden ser usados con ese propósito. Pues eso significaría la posibilidad de apelar a una parte de la Escritura para refutar otra, lo cual no puede admitirse en modo alguno. Porque la Biblia es la revelación del Dios vivo a través de Jesucristo nuestro Señor puesta por escrito. Y como Dios es uno, y Cristo es uno, así también la Escritura es una y no puede contradecirse a sí misma. Y si alguien canta o predica sobre el tema "todo el que quiera, puede venir", usando esas palabras para negar la verdad de la soberana gracia de Dios, entonces está distorsionando su verdadero significado.
Conviene recordar brevemente lo que implica la verdad de la salvación por la libre y soberana gracia de Dios. Esto significa, en general, que Dios es también el
soberano en la materia de la salvación. La salvación es desde el principio al fin una obra poderosa y prodigiosa de Dios, no menos prodigiosa, y, por tanto, no menos divina, que la obra de la creación. Es esa portentosa obra del Todopoderoso por la cual saca la luz de las tinieblas, la justicia de la injusticia, la gloria eterna de la más profunda miseria y vergüenza, la inmortalidad de la muerte; en fin, ¡el cielo del infierno! Es la maravilla de la gracia por la que Dios levanta a un mundo condenado, desde la profundidad de su miseria a la gloria de su alianza y reino celestial. Tal obra es absolutamente divina. El hombre no tiene parte alguna en ella, y no puede, de ninguna manera, cooperar con Dios en su propia salvación. En ningún sentido de la palabra, ni en ningún momento de la obra, depende la salvación de la acción o voluntad del hombre. De hecho, el pecador por sí mismo no tiene capacidad, ni quiere recibir esa salvación. Al contrario, todo lo que puede y quiere hacer es oponerse, resistirse a su propia salvación con toda la determinación de su pecaminoso corazón. Pero Dios ordenó y preparó esta salvación con absoluta soberana libertad para los suyos, sólo sus elegidos, y a ellos la otorgó. No porque la buscaran y desearan, sino a pesar de que nunca la quisieron. Él es más fuerte que el hombre y vence al más duro de los corazones y a la voluntad más rebelde. Dios reconcilia consigo al pecador, lo justifica y le da la fe en Cristo; lo libra del poder y del dominio del pecado y lo santifica, preservándolo hasta el fin. Todo esto pertenece a la maravillosa salvación, la cual se lleva a cabo por medio de la gracia soberana solamente.
No quede ninguna duda sobre el hecho de que la misma Biblia que enfatiza repetidamente y de muchas formas que "todo el que quiera, puede venir", también enseña enfáticamente que la salvación del pecador nunca, y en ningún sentido, depende de la voluntad de éste para venir, sino exclusivamente de la soberana voluntad de Dios que es el Señor. "Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó" (Ro. 8:2930). Obsérvese bien que esos versículos presentan la salvación de los que antes conoció y ordenó, como un hecho ya cumplido: son justificados, llamados y glorificados. En su consejo, Dios conoce a los suyos como pecadores salvados y glorificados. De esta manera, pues, somos bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, "según nos escogió en él antes de la fundación del mundo" (Ef. 1:34). "(Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí" (Ro. 9:1113). "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia" (Ro. 9:16). Sí, "de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece" (Ro. 9:18). Sí, con plena seguridad, "todo el que quiera, puede venir"; pero también es verdad que "ninguno puede venir a mi, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero". Y otra vez se declara: "Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre" (Jn. 6:4465). ¿Acaso no hemos leído nunca que "el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios"? ¿Y cómo buscará alguien lo que ni tan siquiera puede ver?
Que nadie se confunda, predicar o cantar que "todo el que quiera, puede venir" es algo correcto, y no tenemos nada que objetar. Cualquiera puede ir a Cristo y será recibido con toda seguridad. Nadie podrá jamás aparecer en el día de la revelación del justo juicio de Dios, diciendo que él anheló, deseó, quiso y procuró ardientemente venir a Cristo, pero fue rechazado. Eso no puede ocurrir. Ahora bien, si alguien canta o predica solamente esto, estará faltando en la presentación de la verdad completa del evangelio como es en Cristo Jesús y está revelada en la Escritura. Estaría hablando sólo una verdad a medias, lo que, por su naturaleza, es mucho más peligroso que una falsedad directa y específica. La parte mayor de esa verdad, la más básica e importante, la estaría olvidando u omitiendo intencionadamente. Uno puede proclamar con toda libertad que "todo el que quiera, puede venir", pero será infiel a su ministerio si no añade que "ninguno puede venir, si el Padre no lo trae", y "que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia".
Este énfasis tan parcial sobre lo que el hombre puede y debe hacer para ser salvo, sin mencionar la verdad de que no puede hacer nada, a menos que Dios obre las maravillas de su gracia sobre él, es precisamente una característica de la mayoría de los himnarios, en significativo contraste con la belleza y la fuerza de los Salmos. De igual manera, también la predicación moderna está rendida a esa parcialidad a la hora de presentar la salvación. No es extraño, pues, que estemos sufriendo esa caricatura de predicación, la cual consiste fundamentalmente en mendigarle al pecador para que venga a Jesús antes de que sea demasiado tarde; dejándole la falsa impresión de que está en su poder el venir hoy o mañana, o cuando más le convenga. Y presentando al mismo tiempo a un deseoso, pero impotente Jesús, que estaría siempre gustoso de salvar al pecador, pero que es incapaz de hacerlo a menos que el pecador dé su consentimiento. El "todo el que quiera, puede venir", se presenta como queriendo decir: "Todos los hombres pueden querer venir cuando lo deseen". Y en lugar de la verdad del evangelio: que ninguno puede venir a Cristo si el Padre no lo trae, ahora oímos: "¡Cristo no puede venir al pecador, a menos que éste se lo permita!" La cantinela de tal proclamación es: "Dios está dispuesto, Dios quiere y está anhelante, Dios está ansioso y abogando para que se le conceda el privilegio de lavar los pecados de cada alma con la preciosa sangre de su Hijo y heredero. Pero sus manos están atadas, su poder está limitado y su gracia frenada por el hombre. Si quieres ser salvo, Dios querrá salvarte. Si no quieres, entonces no hay nada que Dios pueda hacer para rescatarte del infierno". En eso se convierte la predicación del evangelio cuando la verdad de la gracia soberana de Dios es olvidada o negada. Si alguien quiere llamar evangelio a eso, allá él; ¡para mí no es más que blasfemia en nombre del Dios vivo! Un Dios ansioso e implorante, cuyo poder está limitado y cuyas manos pueden ser atadas por el soberbio y rebelde pecador, que es menos que el polvo de la balanza, ¡ese no es Dios, sino un ídolo miserable!
Por lo tanto, repito, que se proclame a los cuatro vientos que "todo el que quiera, puede venir", pero que no se haga como si eso fuese todo el evangelio, sino, como es en verdad, sólo una parte del mismo; y que no se falle en enfatizar la otra parte: que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Dios es Dios; y es el Señor también en el asunto de la salvación del pecador. En los próximos capítulos procuraremos establecer la relación que existe entre la voluntad soberana y la gracia de Dios con la voluntad de venir por parte del pecador. Esto envuelve varias cuestiones que tienen que responderse: cualquiera puede venir, sí, pero ¿a quién o a qué? ¿Con qué propósito, a buscar o recibir qué cosa vienen? ¿Qué significa venir? ¿Cómo es posible venir para el pecador? Etcétera.
Es necesario, sin embargo, indicar ahora de forma general, cuál es esa relación entre la voluntad soberana de Dios para salvar y la voluntad del hombre para venir. Es evidente en toda la Escritura, y se deduce claramente de la simple, pero fundamental, verdad de que Dios es el Señor, que esa relación no puede ser tal que la voluntad de Dios quede dependiente de la del hombre, y que si ésta no consiente, la de Dios es impotente para salvar. Tampoco puede plantearse esa relación como si fuese una simple cooperación, en la que el hombre sería una parte y su voluntad se juntase con la de Dios para obrar la salvación. ¡No! Dios es Dios. El hombre nunca es una parte en relación con él. Hablar de cooperación entre el hombre y Dios, es igual que hablar de cooperación entre el alfarero y el barro en la formación de una vasija. La relación verdadera es esa en la que la voluntad de Dios, de gracia y por misericordia, es siempre primero y opera poderosa, eficaz e irresistiblemente sobre la voluntad del pecador, de tal manera que éste desea, anhela y determina venir. La voluntad para venir por parte del pecador es el fruto de la gracia salvadora de Dios que obra poderosamente en él. ¡Nadie puede venir a Cristo, si el Padre no lo trae!
Por eso podemos decir que el que quiera venir esté seguro de que puede hacerlo, y será recibido; Cristo no lo echará fuera. El hecho de querer venir es precisamente una manifestación segura del propósito eterno de Dios para salvación con respecto a él, y un testimonio del poder de la gracia. ¿Quieres venir a Cristo? ¿Es tu deseo venir a él como la fuente de agua viva, para que puedas beber? ¿Anhelas venir a él como el pan de vida, para que puedas comerlo? ¡No dudes, pues! No te quedes lejos, mirando mil razones en ti mismo por las que no serías recibido. Porque "todo el que quiere" puede venir ciertamente y tomar del agua de la vida libremente, porque "el que quiere" ¡está ya dirigido por el Padre! Oye la voz del que es la Verdad: "Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y el que a mí viene, no le echo fuera".